Luces de la Palabra de Dios ante “la grieta”

Por Mons. Eduardo María Taussig

Por Mons. Eduardo María Taussig
Obispo de San Rafael

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús
General Alvear – Mendoza

Sr. Intendente de General Alvear, Lic. Walter Marcolini
Sres. Concejales del departamento de General Alvear
Sr. Jefe de la Distrital II de Seguridad Zona Sur de la Policía de Mendoza, Comisario General y Marcelo Calipo, y miembros de la Fuerza
Sr. Delegado de Irrigación, Ing. Mario Barbieri
Funcionarios municipales
Reinas presentes
Sr. Decano del Decanato Alvear, Pbro. Lic. Fermín Rausch
Sr. Cura Párroco de la Parroquia del Sagrado Corazón, Pbro. Horacio Valdivia y sacerdotes presentes
Hermanas religiosas
Vecinos y feligreses de General Alvear

Queridos hermanos todos:

Introducción

Con mucho gusto y alegría he venido hoy a celebrar el Te Deum del 9 de Julio a General Alvear y a compartir con ustedes, autoridades y pueblo de esta querida y pujante ciudad y departamento, este momento especial de conmemoración de la independencia patria. Momento de oración por nuestros próceres que nos la legaron a costa de su sangre y de sus luchas, y de súplica, también, por nuestras necesidades actuales y futuras

Doscientos tres años de vida independiente atesoran muchos acontecimientos, buenos y malos. Es una ocasión para agradecer y para aprender. Para valorar y para reflexionar. Para renovar nuestro compromiso agradecido con la Patria común y para animarnos recíprocamente a asumir las responsabilidades de cada uno al servicio del bien común.

En el ámbito sereno y confiado que nuestro conocimiento y amistad nos permiten, deseo expresar algunas reflexiones que nos ayuden a seguir creciendo en la construcción de un General Alvear, de una provincia de Mendoza y de una Argentina mejores, más justos, más fraternos y más solidarios para el bien de todos.

Una preocupación compartida

En la reciente visita ad limina al Santo Padre Francisco que, con mis hermanos obispos tuve ocasión de realizar en Roma en el pasado mes de mayo, conversamos con el Papa, muy fraternal y francamente, sobre su preocupación, compartida por todos nosotros, acerca de un rasgo particular de la situación argentina: «la grieta».

La famosa «grieta» que tanto se ha agrandado en los últimos tiempos y que, en momentos electorales como los que estamos viviendo, corre el riesgo de dejar heridas muy hondas y de acentuar la división y los enfrentamientos que tanto daño nos hacen a los argentinos.

La grieta entre gobierno y oposición, entre un partido y otro, entre un frente electoral y el contrario, entre «verdes» y «celestes», defensores de las dos vidas o del aborto, etcétera. Grieta que divide la sociedad en marchas y campañas de todo tipo. Y que divide también las familias, las amistades más entrañables y los vínculos más antiguos.

Ante esta realidad, el Santo Padre nos exhortaba a los obispos a «tender puentes», a construir la «cultura del encuentro», a procurar que la fraternidad y la solidaridad primen sobre los egoísmos y las apasionadas visiones enfrentadas.

Esto intentaré con mis reflexiones de esta mañana.

El clima cercano y casi familiar de nuestra asamblea litúrgica, el hecho de que todos nos conocemos en General Alvear y tenemos un trato asiduo, cimentado en relaciones de familia y de vecinos de muchos años, abonado por tantos buenos recuerdos y experiencias fecundas, me anima a dejarme guiar por la Palabra de Dios que hemos escuchado con atención y a proponerles con franqueza, casi «sin anestesia» podríamos decir, algunos puntos para nuestra reflexión, examen de conciencia, quizá conversión y cambio de actitudes, y, sobre todo, buenos propósitos para el futuro que todos queremos legar a nuestros hijos. Y ¡ojalá lo que podamos vivir y compartir en nuestro «pago chico» sea una luz que se proyecte a ámbitos cada vez más amplios!: la provincia, la Patria toda y –por qué no… en nuestro mundo globalizado… – al mundo entero.

«Todo […] aquel que insulta a su hermano, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego » (Mt. 5, 22).

Uno de los signos más preocupantes de la grieta es la violencia verbal.

La agresividad con las palabras – insultos, descalificaciones, calumnias, denuestos, etcétera – ha crecido en los últimos años de una manera alarmante. En la televisión y los medios de comunicación masivos. En las redes y el mundo digital: en los memes, los posteos o los comentarios a las noticias de los diarios digitales. También llega, lamentablemente, al trato entre vecinos y aun a la intimidad familiar. Lo noto particularmente cuando viajo a Buenos Aires y percibo la tensión y agresividad en los rostros, en la brusquedad del tránsito automovilístico o peatonal, en la rispidez de trato en los comercios… en el clima humano exasperado y tensionante, que hace añorar vivamente la apacible experiencia de nuestro trato respetuoso y cordial que distingue a todo el Sur mendocino.

La palabra de Jesús es muy interpelante: vincula la violencia verbal al quinto mandamiento, a «no matar». Como diciendo que la palabra que sale de la boca contiene la misma energía homicida que un puñal o un fusil, aunque no llegue a consumarse el crimen. En esta parte de su primer discurso, el Sermón de las Bienaventuranzas, en la presentación de su doctrina moral es taxativo: no es posible insultar o maldecir al hermano sin arriesgarse a la condena del infierno; no es posible acercarse al altar, a vincularse con Dios por medio de un sacrificio si uno no se ha reconciliado con el hermano a quien ha ofendido con la palabra.

Recuperar el respeto, el buen trato, la amabilidad y la afabilidad nos hará mucho bien. En Alvear y, en general, en nuestros pueblos, conservamos estas virtudes. Aunque se nos escapa en las redes y en el mundo adolescente o juvenil, con una masificación propia de la cultura global que cuesta contrarrestar. Pero sin duda todos podemos esforzarnos en conservar nuestra riqueza de trato y ¡proyectarla a los ámbitos más amplios de nuestro accionar!

«Cuando ustedes digan “sí”, que sea sí, y cuando digan “no”, que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno» (Mt. 5, 37).

Otra corrupción de la palabra, quizá la peor, emparentada con la palabra violenta, es la mentira.

La mentira tiene un gran poder de corrosión social. Genera desconfianza, división, engaño y grietas irreparables. «Viene del Maligno», nos advierte Jesús. Y lleva a la oscuridad, al triunfo del poder de las tinieblas, a la esclavitud de la falsía y la deshonestidad.

No puede ser que un sinónimo de «político» sea ‘capaz de mentir’, de disfrazar tanto la verdad y de hacer tantas piruetas con las palabras que no se puede confiar nunca en que lo que dice hoy lo va a hacer mañana, o lo que rechaza hoy no lo aceptará en el futuro. En las campañas electorales, todo promesas. En el gobierno, muchas veces, lo contrario a lo anunciado. En temas esenciales, como el respeto a la vida desde su concepción hasta la muerte natural. O en temas más opinables, como la estabilidad monetaria, la minería y el cuidado del agua, o la apertura al comercio internacional, que todos tenemos derecho a apoyar o a rechazar, pero conociendo con sinceridad sus pareceres y planes.

Los electores tenemos derecho a propuestas definidas, claras y concretas, sin ambages. Los candidatos tienen el deber de exponer sus principios y propuestas claras, precisas, sin confusiones ni ambigüedades. La veracidad, la honestidad y la transparencia son patrimonio de los hombres nobles, confiables y sinceros. La mentira, la oscuridad y la ambigüedad, son un tobogán para la caída en la corrupción, el desaliento y el fracaso social.

En nuestros pueblos sabemos bien el valor de la palabra y cuidamos el honor y el respeto a lo prometido. Procuremos cultivar con esmero cuanto nos enseñaron nuestros padres y abuelos, como nuestros próceres, quienes, esforzados y luchadores, pobres a veces, pero siempre con la frente alta para mirar a los ojos, nos dejaron un ejemplo y un camino para seguir e irradiar.

«Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él…» (Mt. 5, 25).

Estas palabras de Jesús, en su sentido inmediato, valen para el ámbito judicial. Hoy las traduciríamos diciendo que una buena mediación o un buen arreglo extrajudicial es mejor solución a un conflicto, laboral o de otra índole, que una demorada e incierta sentencia.

Pero la enseñanza de Jesús vale también, en un horizonte interpretativo más amplio, para las decisiones políticas y la gobernabilidad que afecta a todos.

La grieta se agudiza cuando, por motivos egoístas o subordinados a meros intereses electorales, lo que se consideraba bueno durante el gobierno de un sector se convierte en malo cuando lo hace la oposición en un período subsiguiente. Ejemplo de estos días puede ser el acuerdo comercial con la Comunidad Europea, aunque habría muchos otros para mencionar, pero no es el momento apropiado para hablar de ello ahora.

Si no logramos tener políticas de Estado, con una mirada más allá de un período electoral o de gobierno, para General Alvear o para la Nación toda, no podremos salir adelante. Si la grieta no es superada por puentes que, con magnanimidad y horizontes más amplios, construyan alianzas estables: entre el campo y la industria, entre el interior y la Capital, entre las finanzas y las fuerzas productivas, entre empresarios y sindicalistas, entre patrones y operarios, entre políticos de un color y del otro… si no somos capaces de verdaderas políticas de Estado a largo plazo, todos nos perjudicamos y, como decía el Martín Fierro «si los hermanos se pelean, se los comen los de afuera». En el mundo interconectado y en la era de la globalización, este apotegma cobra especial valor.

La política naturalmente confronta intereses en pugna y personas que se convierten en adversarios por sus puntos de vista diferentes, contrastantes muchas veces. Pero si prima la sensatez y la solidaridad fraterna, cuando los mecanismos racionales y previstos por la democracia se activan, luego todos debemos trabajar para adelante buscando el bien más alto de la comunidad. Si no… ¡nos comen los de afuera!

¡Espero que el espíritu que distingue a Cámara de Comercio de General Alvear y a otros sectores de esta ciudad, que han dado pruebas de unidad para objetivos comunes a pesar de sus diferencias particulares, pueda afianzarse y proyectarse, en esta línea, con vigor y excelencia!

«Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores» (Mt. 5, 44).

La política es un ejercicio de caridad, una «forma sublime del amor cristiano», decía San Juan Pablo II. Para los cristianos nace del amor como virtud teologal, como participación del amor de Dios que se nos regaló en Jesucristo, y lleva a mayor amor.

Por eso, si bien deberíamos tener solo adversarios en los avatares políticos, aun cuando llegue a haber «enemigos», el amor tiene que abrazar con su potencia sanadora todas las diferencias y superar todos los enfrentamientos.

Hoy, debajo de la grieta hay mucho odio. Hay rencor herido, hay ansias de revancha y de venganza avasalladoras de la justicia, existe la oscuridad tenebrosa que destila aversión a Dios y al hombre, a la vida, al bien y a la belleza.

Pero sabemos que los cristianos tenemos un arma poderosa que venció en la Cruz. Los brazos abiertos pidiendo perdón por «los que no saben lo que hacen», siempre templan nuestros corazones para transitar por el camino del amor y, como decía San Francisco, para que «donde haya odio pongamos amor, donde haya ofensa pongamos perdón, donde haya discordia pongamos unión».

«No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que […] cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás» (Fil. 4, 3-4).

Las palabras de San Pablo, uno de los mejores y más celosos discípulos de Jesús, que, si bien no escuchó el Sermón de la montaña personalmente lo vivió de una manera ejemplar, nos permiten cerrar la reflexión de hoy.

Por un lado, nos advierte de una de las causas más frecuentes de la grieta: la discordia y la vanidad. ¡Tantos egos sobrevaluados que llevan a la pelea! ¡Tanta devaluación, no de la moneda sino de la consideración del prójimo, y tanta autoestima exagerada de la propia capacidad, que llevan a los enfrentamientos! ¡Tanto anteponer el propio yo y los propios beneficios egoístas al bien de todos, que ahondan la fractura y la fragmentación social!

Por otro lado, San Pablo, con palabras sencillas nos da la solución: buscar el interés de los demás. Especialmente –podemos agregar– de los más pobres, de los más débiles, de los más excluidos.

San Pablo superó un muro aparentemente infranqueable entre judíos y gentiles, entre creyentes y paganos, entre circuncisos e incircuncisos, y nos mostró en Cristo el puente que supera toda grieta, el hombre nuevo que derriba todo muro y toda división. ¡A él también nos confiamos en este día!

¡Aliento tantas expresiones de solidaridad y de ayuda a los demás que se viven cotidianamente en General Alvear! Los felicito por ese espíritu corporativo y de unión que los distingue y se manifiesta, por ejemplo, en la Fiesta anual de la Ganadería del Sur mendocino. Y les encomiendo que puedan irradiar con tesón y ejemplaridad este buen ejemplo a círculos cada vez más amplios de la provincia y de la Patria toda.

Conclusión

En el canto del Te Deum se armonizan notas y melodías, letras y frases, gargantas y corazones, voces de la tierra y del cielo para elevar a Dios alabanza, gratitud, súplicas y ofrenda.

Que la guía del Coro Benedictus, dirigido por el profesor Wilson Bustos, que hoy interpretará el Te Deum gregoriano, nos permita a todos unirnos a la Palabra de Dios que hemos meditado para hacer una oración agradecida y confiada, humilde y sincera, valiente y comprometida, y para elevar nuestras súplicas por la Patria en el doscientos tres aniversario de su nacimiento.

Y que Nuestra Señora Itatí hoy nos acompañe y proteja con su intercesión maternal.

¡Feliz día de la Patria!
¡Amén! ¡Que así sea!

Eduardo María Taussig
Obispo de San Rafael

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