El municipio como familia de familias y base de nuestro federalismo

Por Pablo María Garat

Desnutrición infantil y estimulación afectiva

por Pablo María Garat [1]

Nuestra perspectiva del hombre y la sociedad.

Es imposible el debate acerca de la definición y acuerdo sobre las políticas de Estado que deben orientar la obra de Gobierno en el mediano y largo plazo sin una concepción del hombre desde la cual partir.

Nosotros partimos del hombre como ser creado, libre, social y político por naturaleza. El hombre que marcha hacia su fin trascendente a través de la vida social y mediante el ejercicio de libertades concretas.

Libertades concretas del hombre situado: en su familia, en su municipio, en su provincia, en su comunidad política nacional. También el hombre situado en el orden económico: en su trabajo, su empresa, su gremio.

El hombre situado de tal manera se encuentra entonces vinculado por la tradición a una cultura, que se manifiesta en concreto desde el medio en que nace hasta la proyección de su Patria en lo universal.

Es el hombre con raíces.

Libertades concretas para alcanzar sus fines inmediatos: formar una familia, educar sus hijos, acceder a la propiedad, al trabajo y al capital que le permitan su desarrollo, participar de la vida cívico-política.

Creemos que lo primero es respetar la naturaleza: el hombre necesita ejercer sus libertades concretas en los ámbitos propios: la familia, primera comunidad social ; el municipio, como familia de familias ; la economía local y regional como escenario natural para el desarrollo del trabajo humano y la creación de un capital productivo.

Por otra parte, las élites o dirigencias con auténtica vocación de servicio que la sociedad requiere no surgen espontáneamente. Son consecuencia de un largo proceso educativo y formativo de base familiar y social en el arraigo local, que puede culminar en la Universidad pero requiere de aquellos ámbitos educativos fundamentales.

Un verdadero dirigente es un hombre con raíces, sentido de pertenencia y compromiso con la vida cívica de la comunidad en la que se ha desarrollado.

Breve reseña a modo de diagnóstico.

Desde esta perspectiva pensamos que La Argentina exhibe hoy demasiados diagnósticos. Sin embargo no podemos obviar alguna reflexión descriptiva.

El problema de las instituciones que sostienen a una comunidad política, es un problema educativo y cultural, hace a las costumbres y convicciones que una sociedad constituida como tal no discute: la familia como sujeto de las políticas de estado para su promoción y protección integral, el régimen municipal como la base de la organización política federal, la administración pública como servicio de mérito, el cumplimiento de la ley justa – en especial la Constitución- como necesidad para la concordia política y social, el impuesto como obligación cívica, la propiedad como motor de la economía, la justicia y equidad en la distribución del ingreso como exigencia del Bien Común y la paz social, la moral y la religión como límite de las conductas. Sin consenso práctico sobre todo ello no hay sociedad posible.

Pero en pleno siglo XXI, con un cambio de era en el cual el hombre, inmerso en la “sociedad de la información” y la internacionalización de casi todas sus relaciones a través de la “web” se acerca y aleja más que nunca al otro - en una paradoja de la comunicación y el ensimismamiento que conmueve fuertemente todo análisis político, económico, social y cultural- tales valores y principios se encuentran también sometidos a una prueba constante acerca de su solidez y permanencia.

El hombre es hoy un ser condicionado y atacado.

La sociedad en la que necesariamente debe convivir para alcanzar su fin y su desarrollo pleno está enferma. Porque el hombre está enfermo y porque a su vez lo enferma, en un círculo vicioso que se agrava.

Sociedad enferma de centralismo político, concentración económica, individualismo, ruptura del tejido de relaciones sociales, masificación en grandes urbes y despoblamiento del interior del país, pérdida del arraigo, desvitalización de la vida municipal, raquitismo de la vida provincial y regional, desinterés respecto del compromiso de la participación cívica, alienación y embrutecimiento por la influencia de los medios de comunicación y el crecimiento explosivo de la llamada "sociedad de la información", transformación de las sociedades intermedias en grupos de presión, canibalismo social, exclusión y marginalidad de amplios sectores desprotegidos de la comunidad.

Se habla permanentemente de los derechos humanos y el hombre desarraigado, masificado, manipulado y marginado, carece realmente de sus derechos más elementales.

Frente a esto, lo más grave: denunciado este cuadro por todos los sectores, desde la perspectiva religiosa, política o intelectual; admitido este diagnóstico por toda la dirigencia local, nacional y aún por los organismos internacionales en sus informes oficiales, se sigue privilegiando lo urgente sobre lo importante, al proponerse como remedio el ataque a los efectos y no a las causas cuando justamente en esto radica hoy la mayor de la urgencias para recuperar al hombre en su dimensión trascendente.

Una respuesta posible.

¿Y cuál podría representar una clave para afrontar este cuadro ?

Creemos que consiste primero en respetar la naturaleza de las cosas. El hombre necesita ejercer sus libertades concretas en los ámbitos propios: la familia, primera comunidad social, el municipio como familia de familias, la economía local como escenario natural para el desarrollo del trabajo humano.

Por otra parte, las dirigencias que la sociedad requiere son consecuencia de un largo proceso educativo y formativo de base familiar y social por el arraigo local como señalamos.

Un verdadero dirigente es un hombre con raíces, sentido de pertenencia y compromiso con la vida cívica de la comunidad en la que se ha desarrollado.

Este es el mayor desafío que tiene nuestra Argentina por delante: contribuir a formar una generación de dirigentes movidos por el ejercicio del poder político o sectorial como servicio y comprometidos con un ideal de Bien Común que los sostenga.

La familia y el municipio como entramado de familias constituyen el escenario para la recuperación del hombre como ser libre y trascendente y para la promoción de un auténtico orden social al servicio del Bien Común. Pero también para constituirse en el vivero natural de esta nueva dirigencia.

La familia necesita salvar las raíces y fortalecerse a partir de ellas.

Se trata también de entender el arraigo como un valor existencial absolutamente estratégico en la perspectiva política del siglo XXI, en el que la población arraigada constituye el primer requisito para la integridad territorial de una Nación. Población arraigada y bien distribuida en todo el territorio de la Nación.
De otro modo los lazos de la sangre y de la tierra, de los vínculos familiares y vecinales, como elementos imprescindibles del proceso educativo y cultural, se desvanecen.

La familia necesita del municipio y este se sostiene en sus familias.

Así, la familia arraigada es la familia con acceso a la propiedad, educadora, generadora del trabajo y la vida económica local, y formadora de dirigencias auténticas, desde cada municipio del país. Y esto aún en las grandes urbes, donde la vida municipal se encuentra latente y en proyección, en cada barrio de estas ciudades.

Al concepto " pensar en lo global y actuar en lo local " acuñado a fines de los 90 se agrega ahora el de fortalecer el municipio y promover el desarrollo local para reintegrar socialmente a los excluidos por los vientos de la globalización.

Igualmente, la revalorización de la educación como supuesto indispensable del desarrollo, el nuevo paradigma ambientalista, el freno al crecimiento de las grandes urbes y la preservación del hombre y la familia de los riesgos crecientes derivados de la explosión de la "sociedad de la información", no se encuentran por casualidad en el discurso de los organismos internacionales y toda la intelectualidad internacional a derecha e izquierda.

En conclusión, por convicción en el destino trascendente del hombre como ser libre, social y político por naturaleza, o por necesidad frente a las consecuencias palpables de la sociedad de masas y la globalización, deben considerarse la familia, el municipio y el desarrollo local como los ejes de todo proyecto de recuperación y fortalecimiento de la sociedad.

Frente a ello existen dos opciones prácticas: actuar sobre los efectos, tratando de paliar los mismos en un espacio concreto y respecto de una materia específica. Dicho de otro modo: la solución “asistencialista” a ultranza. Lo actual.

O bien promover y fortalecer una conciencia y una acción cívica – común a todas las fuerzas políticas y sociales- que ordene todas las políticas de estado como políticas para la familia, entendida como el grupo social fundamental y, a su vez, promueva y apoye una transformación integral de los municipios y sus gobiernos locales operando sobre las causas y generando, por lo tanto, una modificación permanente, ejemplar y difusiva sobre los efectos negativos descriptos, en todo el cuerpo social.

Pero la familia y el municipio, si bien constituyen las bases naturales da la vida social y política, no agotan esta doble dimensión del hombre que por su sociabilidad y politicidad requiere la reducción a la unidad del Bien Común Politico.

Entre nosotros esto remite a nuestro régimen político tradicional que requiere su actualización con fidelidad a sus principios fundamentales históricamente verificables.

Se trata de la recuperación y fortalecimiento de la familia y el municipio como bases de la república federal.
Entonces cabe recordar que el federalismo es aplicación constante del principio de subsidiariedad en sus dos sentidos : como respeto de la libertad del nivel más pequeño (lo que constituye verdaderamente acercar la decisión al destinatario de ella) y como acción subsidiaria (solidaria) cuando ese nivel, por causas objetivas no puede ejercer plena y eficazmente sus libertades y facultades (para atender las necesidades a su cargo).

Por otra parte, el desarrollo económico y social bajo cualquier forma de estado debería tener siempre como objetivos su evolución y crecimiento de modo que asegure sus beneficios para todas las familias y grupos sociales así como darse en un marco de equilibrio y equidad territorial, particularmente en las relaciones regionales dentro de la Nación.
El federalismo es unidad en la diversidad y esta es su condición primera, como expresión del principio de subsidiariedad.

Entonces, bajo un régimen político o forma de estado federal todo ello plantea el desafío adicional de proponerse respetando las libertades también concretas de los distintos niveles territoriales que integran la federación o confederación. O más claramente: proponerse alcanzar la justicia social con equidad regional y pleno respeto de la unidad en la diversidad y del interés federal en el marco del reconocimiento de las autonomías locales.
Corresponde aquí recordar en las actuales circunstancias, y para La Argentina, nuestro país, que un conjunto de normas constitucionales muy precisas dan el marco jurídico para afrontar los problemas señalados en el contexto de la incertidumbre económica actual en el orden nacional e internacional.
Así, la “protección integral de la familia” garantizada y promovida desde el artículo 14 bis y un régimen de autonomía municipal que las Provincias deben asegurar según lo establecido en el artículo 123, constituyen las bases históricas, constitucionalmente reconocidas para el desarrollo federal.
Si en los orígenes de nuestra organización constitucional se afirmó que “gobernar es poblar” hoy cabe afirmar, con énfasis estratégico, que en La Argentina del siglo XXI gobernar es poblar promoviendo la familia y los vínculos vecinales, asegurando la difusión de la propiedad, la vivienda digna y la generación de trabajo para el arraigo, proveyendo los bienes públicos esenciales con eficacia y eficiencia y ocupando y desarrollando con ello todo el territorio nacional para realizar aquello que nuestra Constitución también promueve desde el artículo 75, inciso 19 como expresión concreta de la realización del Bien Común:

“Proveer lo conducente al desarrollo humano, al progreso económico con justicia social, a la productividad de la economía nacional, a la generación de empleo, a la formación profesional de los trabajadores, a la defensa del valor de la moneda, a la investigación y desarrollo científico y tecnológico, su difusión y aprovechamiento.

Proveer al crecimiento armónico de la Nación y al poblamiento de su territorio; promover políticas diferenciadas que tiendan a equilibrar el desigual desarrollo relativo de provincias y regiones….”

En la base de este programa se encuentra el futuro de la familia como comunidad social esencial, del municipio como entramado natural de familias, y de ambos como fundamentos de nuestro federalismo a recuperar. Ello no constituye una urgencia. Se trata del asunto más importante que debiera ocuparnos.

Por ello hoy la mayor de nuestras urgencias es atender lo importante.


[1] Decano y profesor de Derecho Constitucional en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica Argentina.

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