La disminución de la pobreza

por Manuel A. Solanet - Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas

Todo gobierno bien intencionado tiene el propósito de reducir la pobreza. El deseo de ayudar al prójimo está en el corazón humano y en la esencia de todas las religiones. Las sociedades asumen ese objetivo y lo natural es que la ayuda se oriente hacia quienes más la necesitan. Los dirigentes políticos asumen esa responsabilidad, las más de las veces sinceramente, pero en algunas ocasiones como una forma de demagogia y como instrumento de construir poder.

En su campaña presidencial, nuestro actual presidente, el Ingeniero Mauricio Macri expuso el objetivo de reducir la pobreza. Asumía la presidencia de la Argentina con un porcentaje de más de un 30% de la población por debajo de la línea de pobreza. Esa grave situación social se producía después de 12 años de intenso asistencialismo, pero una parte del cual se había diluido en el manejo político y la corrupción. Sin lograr los efectos deseados aquella política había llevado a un desborde del gasto estatal y a un importante déficit fiscal.

El nuevo gobierno debió enfrentar su compromiso de reducir la pobreza, pero al mismo tiempo reducir el gasto público con el menor impacto social. Esto se tradujo en políticas excesivamente gradualistas que condicionadas a no generar impacto social y político sacrificaron su efectividad para corregir más rápidamente los desequilibrios macroeconómicos. Pero en la economía suele haber opciones en la obtención de distintos objetivos que son mutuamente excluyentes. Como se esperaba, un cambio en el escenario internacional generó una crisis de confianza y una corrida cambiaria, que requirió el apoyo del Fondo Monetario Internacional. Hay tres hechos a destacar: 1) es el mayor monto asignado a un país en un crédito stand by en la historia del FMI, 2) se preserva el piso del gasto social, con metas más ambiciosas de reducción de otros rubros; 3) se acuerda que el Banco Central no emitirá para financiar al Gobierno, atacando de esta forma la inflación que es el impuesto más regresivo.

Aún en las naciones más ricas existe la pobreza. La coexistencia de personas pobres con aquellas que no lo son, es un rasgo de todas las sociedades.

Los intentos de reducir la pobreza mediante mecanismos fuertemente redistributivos o por la colectivización de los medios de producción, sólo han logrado nivelar para abajo y crear más pobreza. El populismo ha sido el instrumento más eficaz para crear pobreza, haciéndolo paradójicamente en nombre de quienes la padecen.

La pobreza está caracterizada por carencias que impiden a una persona o una familia un razonable y mínimo nivel de vida. Esta definición implica una apreciación difusa, ya que requiere determinar cuál es ese nivel. Seguramente no será el mismo en un país con un alto ingreso medio que en otro de muy bajo desarrollo. La sensación de escasez padecida por una persona o una familia tiene mucho que ver con el grado de bienestar de la comunidad que los rodea. Si todos tienen automóvil, probablemente se sentirá pobre aquel que no pueda tenerlo. Esta percepción relativa también cambia a lo largo del tiempo. En un mismo país cuya economía crece y la disponibilidad de bienes aumenta, se desplaza hacia arriba la línea de pobreza. Se necesitará un mayor nivel de vida para no sentirse pobre y marginado.

Un criterio largamente extendido en la medición de la pobreza consiste en definir un nivel de ingresos que permite a un individuo o una familia tipo, disponer del consumo de una canasta básica mensual de bienes y servicios. Son pobres quienes no alcanzan ese nivel. Otro método usado internacionalmente es el de identificar los hogares y el porcentaje de la población que sufre necesidades básicas insatisfechas (NBI). Por ejemplo, el INDEC en la Argentina define los hogares con Necesidades Básicas Insatisfechas a los que tienen al menos una de las siguientes características: a) vivienda en las moran más de tres personas por habitación, de inquilinato, o no destinadas a fines habitacionales, o precarias; b) hogares que no poseen retrete; c) hogares que tienen al menos un niño en edad escolar (6 a 12 años) que no asiste a la escuela; d) hogares que tienen cuatro o más personas por miembro ocupado y que tienen un jefe que no ha completado el tercer grado de escolaridad primaria.

Más preciso que el concepto de pobreza es el de indigencia. Se refiere al ingreso mínimo que debe tener una persona o una familia para alcanzar una determinada dieta o canasta alimentaria. Este parámetro tiene una determinación fisiológica y por lo tanto más homogénea en las comparaciones entre países. Se mide cual es la proporción y cantidad de personas que en rigor se alimentan mal o pasan hambre y corren peligro concreto de desnutrición. Desde que los trabajos de Abel Albino llamaron la atención en la Argentina sobre los efectos irreversibles de la desnutrición infantil, la realidad de la indigencia y su medición es un tema prioritario para los gobernantes.

La pobreza se ha ido reduciendo en el mundo y lo hizo más marcadamente desde la revolución industrial. Esta afirmación se apoya en información y evidencia suficiente, aunque haya que remontarse a algunos siglos atrás. La apertura del comercio, el avance de la tecnología y de la inversión, han sido las razones esenciales del crecimiento mundial. La economía de mercado o el capitalismo, como se lo quiera llamar, constituyó el sistema más apropiado para potenciar esos tres factores y a su vez para conciliar el desarrollo económico con la democracia, con el estado de derecho y con las libertades políticas e individuales. El supuesto equivocado de que el capitalismo produce pobreza se contradice con toda la evidencia histórica. En todo caso el punto de discusión está en la distribución del ingreso, pero lo cierto es que cuando un país aumenta su producción y su riqueza, está en condiciones de generar trabajo con mejores salarios y de sostener mecanismos asistenciales. El “derrame” es una palabra que describe esta circunstancia positiva, aunque sea repudiada en la crítica anticapitalista. Suele asociársela con el relato evangélico referido las migajas que caían en manos del pobre Lázaro desde la mesa del rico Epulón.

Agustín Etchebarne indagó sobre la evolución de la riqueza y la pobreza desde el inicio de la era cristiana. A través de las investigaciones de Angus Maddison encontró que el ingreso por habitante prácticamente no aumentó durante el primer milenio. Con parámetros actuales podría decirse que casi todos los habitantes de este mundo eran pobres y que no dejaron de serlo durante siglos. En el segundo milenio el ingreso por habitante solo creció un 50% hasta 1820. Es entonces cuando se produce un quiebre y el crecimiento se acelera. En los últimos 200 años el ingreso por habitante aumentó 75 veces. La revolución industrial y la subsiguiente revolución agrícola explican la aceleración. Los pronósticos pesimistas de Malthus presentados en 1798 en su libro “Ensayo sobre el Principio de la Población”, quedaron luego desmentidos. Malthus decía que la población crecía geométricamente mientras que la producción agrícola lo hacía linealmente y que por lo tanto ocurrirían hambrunas que forzosamente recortarían el aumento demográfico. Hasta ese momento la observación de la pobreza e indigencia confirmaban una larga experiencia histórica, pero su extrapolación al futuro desconocía la aparición del capitalismo, del comercio y la revolución industrial. A comienzos del siglo XIX se iniciaron descubrimientos que abarcaron la física, la química, y sus aplicaciones en la producción y uso de la energía, las comunicaciones y el transporte, generando un aumento de la productividad tanto en la industria, como en la agricultura y los servicios. El temor al desempleo debido a la sustitución de mano de obra, se disipó al compensarse ese efecto por un crecimiento más acelerado de la producción y los servicios.

La evolución económica del mundo durante los siglos XIX y XX no tiene parangón con todo lo sucedido previamente con la humanidad. El crecimiento se aceleró notablemente en los países que se insertaron en la economía y el intercambio internacional y que admitieron el ingreso de inversiones y tecnología.

El joven economista francés Thomas Piketty sostiene que la economía de mercado tiende a una mayor concentración del ingreso cuando la rentabilidad media del capital supera la tasa de crecimiento de la economía. Su teoría lleva a una crítica del capitalismo y a proponer una mayor intervención estatal mediante mecanismos redistributivos. Sin embargo, la observación histórica de la realidad no permite convalidar esta hipótesis. El coeficiente de Gini, que se corresponde en sus valores más altos en los países con las distribuciones del ingreso más regresivas, se correlaciona inversamente con el nivel del ingreso por habitante. Esto quiere decir que los países de mayor desarrollo exponen en general una mejor distribución del ingreso. Justamente, esos países son en su mayoría representativos de economías de mercado. Las razones de esta discrepancia entre la teoría de Piketty y la realidad han sido bien expuestas por Hernando de Soto y otros economistas.

Por otro lado, Piketty no ha considerado la movilidad social propia de las economías abiertas y competitivas. En el transcurso del tiempo muchas personas que estuvieron en el decil más pobre, pasan a estarlo en el más rico. Esto no es una hipótesis, sino que surge por ejemplo de estudios realizados con separación de 20 años sobre muestras de contribuyentes identificados del IRF de los Estados Unidos.

La visibilidad de la pobreza tiene mucho que ver con la forma en que se la atiende, o también que se la oculta. El hecho más característico es el de la presencia en la vía pública de personas “en situación de calle”, o ejerciendo la mendicidad, aunque no todas lo estén por su pobreza y por no poder pagar una vivienda. En estos tiempos muchos caen en esa situación a consecuencia de la droga o el alcoholismo. También los hay por sufrir una discapacidad o por un desequilibrio mental. Algunos gobiernos disponen de normas que permiten ejercer autoridad para llevar esas personas a institutos de tratamiento, hospicios u otras instituciones, en donde son tratados. El gobierno argentino, tanto el nacional como gran parte de los provinciales y municipales, por un prurito injustificado han dictado leyes que prohíben ejercer autoridad para remover y dar alojamiento y cuidado a personas sin techo cuando ellas no lo quieran. Ello ocurre aunque las facilidades existan. La consecuencia es una percepción sobrestimada de la pobreza y de su aumento en los últimos años. Con esto no quiero decir que debe esconderse la pobreza. Sería hipócrita de mi parte, sino que debe atenderse a quienes caen en situaciones extremas en beneficio de ellos mismos.

Esto ocurre de forma similar con la permisividad para que se desarrollen ciertas actividades que entran en conflicto con el orden o la limpieza. Es por ejemplo el caso de los llamados “cartoneros” que en ciudades importantes como Buenos Aires se les permite revisar y extraer objetos o materiales de los contenedores de basura que esperan su recolección. Al hacer su tarea en la vía pública se crea una desagradable situación de suciedad y de personas que parecen paliar su hambre con residuos. Aunque este extremo exista, una gran parte de esta actividad forma parte de cadenas comerciales informales de reciclado de cartón, vidrio, plástico y otros materiales. Un error de muchos gobiernos es creer que admitiendo estas actividades se atiende la pobreza. La realidad es que no solo no se la corrige, sino que se la inserta en ambientes mafiosos y delictuales sin darle soluciones perdurables.

Una de las características de la pobreza urbana en países de medianos y aún de altos ingresos, es que tiende a concentrarse en determinados lugares o zonas de las ciudades. Puede ocurrir en áreas que en una época fueron de alta calidad, pero que se degradaron obedeciendo a una causa inicial que luego se alimentó a sí misma. Puede haber sido originalmente una enfermedad contagiosa epidémica, o la instalación de una actividad o de un grupo socialmente rechazado, un problema de contaminación, un comportamiento aberrante, ausencia de seguridad, etc. Allí cae el valor de la tierra y de las edificaciones, lo que impulsa mayor concurrencia al lugar de quienes tienen menor prestigio social.

En un extremo de degradación urbana se encuentran las concentraciones en terrenos intrusados, con construcciones precarias, sin agua corriente ni cloacas y hacinamiento. Se forman las llamadas villas de emergencia. La solución facilista que encuentran algunos gobernantes es la del ocultamiento. Levantan muros que las rodean protegiéndolas de la vista de las vecindades y limitando su expansión.

El asistencialismo es un paliativo pero no una solución.

Un dicho muy conocido es que a una persona necesitada, mejor que darle pescado es enseñarle a pescar. Esto implica una definición filosófica y metodológica. El dar pescado es el asistencialismo en todas sus variantes. El enseñar a pescar es la educación, es alentar el ahorro y a emprender, son los microcréditos, es la competencia. Los subsidios que no estén acompañados de estos instrumentos crean dependencia y acostumbramiento. Quienes los reciben pierden su vocación por el trabajo y hasta se convencen que constituyen un derecho.

El asistencialismo, como todos los “ismos” se refiere a la exaltación de una forma de proceder o de pensar. No debe confundirse con la muy loable ayuda a los más necesitados. Es la extensión de esa ayuda estatal a una franja amplia de la población, definiéndola como una política de estado, y en ese curso, frecuentemente desviándola a fines electoralistas. El asistencialismo es uno de los frentes de acción del populismo. Suele derivar en una captación de apoyos electorales utilizando “punteros políticos” que frecuentemente se quedan con una parte de los fondos. De estos desvíos y vicios hay una amplia experiencia histórica en la Argentina.

El combate de fondo a la pobreza se debe apoyar necesariamente en el crecimiento económico y este a su vez en la innovación, la educación, el ahorro y la inversión. La pretensión de resolver el problema a partir de la redistribución del ingreso por medio del asistencialismo o empleando el sistema impositivo, lleva necesariamente a generar un círculo vicioso y al fracaso. La distribución del ingreso en plazos cortos puede mejorarse sólo con intervenciones que quiten a unos para darle a otros. Esto puede hacerse mediante impuestos diferenciados o con subsidios. Usualmente la presión impositiva afecta ya sea los costos de producir, ya sea la estructura de precios relativos y de esa forma los incentivos para invertir.

El redistribucionismo a través de impuestos y subsidios desalienta el ahorro y la inversión. Consecuentemente reduce el crecimiento afectando la ocupación y el salario real. Esto genera mayor presión social y nuevos reclamos por incrementar los subsidios y así sucesivamente. Es un problema circular del que es difícil escapar, como lo hemos advertido en la Argentina en los últimos años.

La educación es el instrumento más eficaz para mejorar la distribución del ingreso, elevando el de todos, es decir igualando hacia arriba y no hacia abajo. A través de la educación los gobiernos deben buscar la igualdad de oportunidades. A esto apunta la educación gratuita o parcialmente subsidiada en los niveles primario y secundario. También a ese objetivo deben orientarse las políticas de salud, principalmente las referidas a una correcta nutrición en los primeros años de vida. La educación debe adaptarse a los rápidos avances de la tecnología informática. Ya no sólo debe superarse el analfabetismo y el aprendizaje de las ciencias. Se habla de personas instruidas pero que permanecen como analfabetos digitales. Las oportunidades laborales están cada vez más orientadas a quienes dominan la informática, el procesamiento de datos y las nuevas tecnologías.

La robotización va gradualmente sustituyendo al trabajo no especializado y lo hace tanto más rápido cuanto más se intenta proteger a los trabajadores de esa sustitución y cuanto más onerosas sean las cargas sobre el salario. Los esfuerzos por neutralizar los efectos de la robotización sobre el empleo mediante regulaciones laborales, son finalmente contraproducentes. Dan lugar a casos tan ridículos como varios operarios sentados mirando como sólo uno de ellos opera toda una línea de robots. No se debe ir contra la tecnología y la automatización mediante rigideces en la normativa laboral. Por lo contrario, debe flexibilizarse y poner prioridad en la educación. Estados Unidos es el país desarrollado que expone la menor tasa de desempleo y al mismo tiempo la mayor flexibilidad para el despido y contratación.

En resumen, creo que las políticas eficaces de reducción de la pobreza deben incorporar programas educativos, además de desregulaciones y flexibilización laboral. A partir de estas condiciones básicas, está demostrado que la creación de empleo se apoya principalmente en las nuevas inversiones, más que en las empresas ya existentes.

El combate a la pobreza requiere modelos económicos que incentiven la inversión productiva. El redistribucionismo y el asistencialismo con criterios y excesos populistas, anula estos incentivos y suele terminar en desequilibrios macroeconómicos. El modelo apropiado es el de educar, el de una solidez fiscal con moderación impositiva y asistencial, en un marco de economía abierta y competitiva con un gobierno respetuoso de la propiedad y del estado de derecho.

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