El aborto, una discusión interminable ...

Por Gabriel M. Mazzinghi
1. En torno al Aborto: Media Sanción de Diputados

El tema del aborto, del que se viene hablando desde hace muchos años en nuestro país, y del que ya casi no se habla, en otros países que lo han incorporado como una práctica legal, ha sido arrojado sobre nuestra sociedad a principios del corriente año, y ha generado una nueva división o enfrentamiento – por si hiciera falta…- entre los argentinos.

Un grupo de 71 diputados llevó a cabo un proyecto de ley de aborto libre y gratuito, con un nombre deliberadamente eufemístico: “Ley de Interrupción del Embarazo” (L.I.E.) y propuso su debate en el ámbito parlamentario. Hubo también otros seis o siete anteproyectos más, propiciando la incorporación del aborto (que hasta ahora es un delito) a la legislación nuestro país.

El Proyecto de ley trata – ni más ni menos – de que se permitan, se legitimen, se propicien y se lleven a cabo desde el “sistema de Salud” – público y privado- conductas que hasta ahora son consideradas delitos penales, en la medida en la que importan la muerte deliberada de personas por nacer.

Aquellas conductas que hasta el día de hoy son consideradas o constituyen un delito penal, de ser sancionada finalmente la ley, pasarían a ser conductas legítimas, no penadas, incluso favorecidas por la ley, al punto tal que la negativa a llevar a cabo los abortos pretendidos o exigidos por los usuarios del sistema de salud, harían incurrir a los médicos (que se negaran a abortar) en la comisión de delitos sancionados con penas de prisión.

A partir de ello se generó un amplio debate, tanto en el ámbito parlamentario como en el terreno de la sociedad civil, que culminó con la sanción del proyecto sostenido por los abortistas, en la Cámara de Diputados.

Esta media sanción – que se obtuvo por una ínfima cantidad de votos, y se decidió muy al final de la votación, dejando muchas y fundadas dudas acerca de su transparencia…- determinó que el proyecto con media sanción pasara a la Cámara Alta (Senadores), en donde se está discutiendo en comisiones, para ser, a su vez, votada a mediados o fines de agosto, según se cree.

Junto con los proyectos que postulan, con mayor o menor laxitud, el aborto voluntario, libre y gratuito, existen otros proyectos en defensa de la vida, que no admiten el aborto, sino que ponen el foco de atención en la atención, el cuidado y el acompañamiento que el Estado debería brindar a las madres que se encuentran en la situación de estar esperando hijos no deseados, y que no pueden, o no quieren, hacerse cargo de ellos.

Lo cierto es que a cuestión ha sido largamente tratada por los medios de comunicación, está en boca de todo el mundo, y ha dado lugar a un debate ciertamente desprolijo (en donde nadie escucha a nadie) y a una toma de posición de todo tipo de personas.

Por un lado, existen algunas personas que tienen algún conocimiento medianamente ponderado del tema, o de algunos aspectos relacionados con el tema (médicos, abogados, legisladores, biólogos, sociólogos, moralistas), y están por lo tanto en condiciones de hacer un aporte interesante desde sus respectivas disciplinas.

Por otro lado, existe una infinidad de personas que, sin haberse detenido a considerar el tema con un mínimo de seriedad, y fieles a una cierta “inclinación nacional” a tomar partido frente a cualquier problema, por complejo que sea, adoptan posturas muy claras y categóricas acerca del aborto, en un sentido o en otro, movidos muchas veces por convicciones religiosas, morales, ideológicas, políticas o meramente sentimentales, cuando no por experiencias de vida que.

Lo cierto es que casi nadie permanece “indiferente” frente al tema, o se abstiene de dejar asentada su posición al respecto.

Encontramos al respecto dos grandes campos bien definidos, aun cuando dentro de cada uno de ellos puedan existir algunos matices:

Los partidarios de la interrupción del embarazo:

En efecto, para muchos el dictado de una ley que legitime el aborto y ampare la decisión de la madre de “interrumpir el embarazo” (fórmula elíptica que, como se verá, oculta en su cruda realidad lo que el aborto es…) es considerado como una “conquista de la civilización”, como una suerte de “batalla ganada” en aras de transformar nuestra sociedad (atrasada, según los sostenedores de esta postura), en una sociedad “moderna o progresista”, que ampare los (supuestos) derechos de la mujer a “…ejercer libremente su sexualidad…”, y a “…disponer sobre su propio cuerpo…”.

Los partidarios del respeto a la vida de los niños por nacer.

Para muchos otros, en cambio, el aborto es lisa y llanamente un crimen que se comete contra personas o seres humanos o niños inocentes e indefensos (a los que se elimina o se mata), lo que supone un fenomenal retroceso desde el punto de vista ético o moral.

Quienes condenan la legitimación del aborto, entienden que tal legitimación no representa ninguna “conquista”, ni ningún “avance”, en aras de una sociedad verdaderamente “progresista”, si por progresismo entendemos algo que mejora la condición humana, individual o colectivamente.

La legitimación del aborto sería todo lo contrario: un verdadero y gravísimo retroceso, ya que implicaría que, en medio de una civilización que pretende que se respeten los derechos humanos de todos, y que se defienda de manera muy especial los derechos de los débiles y los vulnerables, se convalidaran conductas que privarían, legítimamente del más básico de los derechos (el derecho a vivir) de millones de seres humanos (de personas) que ya han sido traídos a la vida, y que resultarían legalmente eliminados.

En rigor, más allá de lo mucho que se ha hablado en los últimos meses del aborto, el debate parece haber agotado los argumentos de uno y otro lado, y lo que vemos es una interminable repetición de argumentos, de eslogans y de consignas de distinta índole, que se entrecruzan pretendiendo legitimar o deslegitimar el aborto.

Lo notable es que, en el marco de esta discusión que se encuentra planteada hace meses en nuestra sociedad, nadie escucha a nadie, nadie discute con nadie, de manera que el debate termina por ser un auténtico diálogo de sordos que quieren predominar sobre el otro bando, sin tener un interés real por acercarse a la verdad de lo que se discute.

2. Una discusión “conducente”…, para acercarnos a la verdad

Frente a ello, nos parece que lo más importante es situar el verdadero campo en el que el debate se debe plantear, sin perjuicio de considerar luego, otros enfoques complementarios que se puedan llegar a hacer.

“Conducente” es una palabra que utilizamos con frecuencia los abogados, para indicar que un argumento, una prueba, un razonamiento “nos conduce” a un determinado lugar; en el plano del pensamiento, nos conduce a la verdad.

Se trata, en el caso de dar con alguna verdad, o algunas verdades (totales o parciales) en el tema del aborto, que es un tema que puede ser analizado desde distintas disciplinas o enfoques. Precisamente, esta característica es la que convierte el tema en algo inasible, confuso, en el que los planos y enfoques se superponen y se contradicen, dificultando ese avance lógico que supone (que debería suponer) toda discusión o todo debate.

Pues, aunque parezca una verdad de Perogrullo, es muy importante, en el ámbito de las ideas, saber “qué discutimos”, saber qué es lo que está en discusión; y a partir de ahí, con algún rigor, ceñirnos al tema y buscar la verdad con apertura mental, con buena fe, con una disposición del corazón para atender ideas o puntos de vista distintos de los nuestros.

Solo así, el debate o el análisis o la reflexión sobre este tema, o sobre cualquier otro, tendrá sentido.

Pues si al mismo tiempo discutimos el tema desde la perspectiva ética o moral, religiosa, jurídica, médica, sociológica, sanitaria, estadística, hospitalaria, psicológica, etc., corremos el riesgo de no entendernos y de no acercarnos a la verdad.

Al cabo de una discusión ardiente (pues el tema es bastante movilizador), cada uno se quedará seguramente con su idea originaria.

Así por ejemplo: Si yo digo, en el marco de un debate, que está científicamente comprobado (como en rigor lo está…) que desde el momento de la concepción existe un ser humano con un ADN propio y distinto del de sus padres, y mi interlocutor me contradice con una estadística acerca del número de abortos en Holanda, o me contesta con un argumento acerca de la merma de la mortalidad materna en los hospitales públicos del Uruguay, no tenemos ninguna posibilidad de llegar a entendernos… Y si a los datos relacionados con el aborto en Holanda o en el Uruguay, yo le contesto con una cita tomada de un discurso del Papa Juan Pablo II, acerca del respeto absoluto a la vida, estaremos dando vueltas acerca del tema en planos totalmente distintos, que no se conectan.

Esto es en buena medida lo que ocurre, dando lugar a una discusión entre sordos, cuyas partes, con frecuencia tienen “a priori”, una postura ya tomada (sobre bases no demasiado rigurosas, en general), y no parecen dispuestos no digo ya a cambiarla, sino siquiera a escuchar, con un mínimo de atención ni de interés, lo que dicen quienes pertenecen al “otro” sector.

Hace unos días, en un programa de televisión, discutían ardorosamente a favor y en contra de la “Ley de Interrupción del Embarazo” cuatro o cinco personas del mundo del espectáculo, y en un momento del programa, todos confesaron, increíblemente, que en realidad no habían leído la ley.

Discutían sobre una ley – muy breve, por lo demás, unos pocos artículos… – que nunca se habían tomado el trabajo de leer…

Es que la “militancia” en este tipo de cuestiones no ayuda a poder debatir con serenidad y ganas de acercarnos a la verdad.

Deberíamos rever el sentido de esta “militancia” en el campo de las ideas; pues en general, los militantes de uno u otro lado, en muchos sentidos, no tienen una actitud abierta al conocimiento desapasionado de la verdad, sino un empeño en hacer triunfar una causa - política o ideológica - que se ha abrazado previamente.

La manera en la que transcurren las disertaciones en el ámbito de las Comisiones que han de tratar el tema en la Cámara de Diputados (con presencia de personas ciertamente calificadas para iluminar este tema frente a los legisladores, y otras no tan calificadas…) es una prueba elocuente de lo que digo.

El promedio de asistencia a esas sesiones en la que se supone que expertos en el tema han de iluminar los temas desde distintos ángulos, es inferior a la mitad.

Y el grado de atención de los (pocos) presentes es lamentable, según resulta de diversas filmaciones que inundan las redes sociales o llegan a la televisión.
Mientras un médico, un sociólogo, un abogado, un científico, una actriz, un periodista o un simple particular, expone el tema en los (poquísimos) minutos que le son acordados (solo siete…), los (también poquísimos…) diputados presentes, leen algún diario o revista, chatean por whatsapp, conversan con el vecino, o miran su teléfono celular…

Para que el debate sea fecundo, y nos acerque a la verdad respecto de este tema que es tan importante desde el punto de vista social, es necesario que haya un mínimo de orden en la forma de exponerse los argumentos de una y otra parte.

3. Aante todo, se trata de una cuestión moral

El valor de la vida humana, el respeto que se le debe dar y reconocer a la vida humana o a la persona humana constituyen, por lo pronto, una cuestión moral, ética.

Solo después de que hayamos abordado el tema en este plano podremos, en un segundo paso, hacerlo desde el punto de vista jurídico (constitucional, penal, civil), sociológico, sanitario, económico, religioso, hospitalario, estadístico, etc.

A la vez, esta cuestión moral tiene, como soporte, una cuestión que es de índole biológica, científica, objetiva, en torno a la cual, a esta altura del desarrollo de la ciencia, parecería no haber discusión posible.

En el plano biológico es indudable que, una vez que se produce el encuentro de la cédula masculina – el espermatozoide – con la cédula femenina – el óvulo – nos encontramos en presencia de una nueva célula, de un nuevo ser que, a partir de ese instante, comienza un desarrollo que la llevará a ser, unos meses después, un nuevo ser humano nacido, claramente separado y distinto de su madre y de su padre.

Siendo sinceros, siendo intelectualmente honestos:

¿Se puede dudar acerca de que este nuevo ser, surgido del aporte de las células de la madre y del padre, dotado desde el primer momento de un ADN propio, es un ser distinto de sus padres?

Entendemos que no, por lo menos desde un conocimiento elemental de la biología.

Y si ése es un ser humano, distinto de sus padres, llamado a desenvolverse por su propio dinamismo, a formarse durante algunos meses en el seno de la madre y a nacer luego:

¿Cómo podría resultar moral, ético, que alguien optara por matarlo?
¿Se puede moralmente “matar a un ser humano inocente?
¿Existe, moralmente, algún valor o algún principio que pueda estar por encima del valor de la vida y que justifique la muerte de una persona?

4. El Aborto, un viejísimo tema…

La legitimidad moral – no jurídica- del aborto, es un tema que se remonta a la Antigüedad; de ella se ocuparon los clásicos.

Quienes abordan el tema considerando que se trata de algo “novedoso”, deberían saber que el hombre se ha planteado la licitud moral del aborto desde la remota antigüedad… (unos veinticinco siglos…, digamos)

No tenemos espacio como para hacer una suerte de repaso, en detalle, de las opiniones clásicas, baste con decir que ya Hipócrates (460 – 370 A.C.) Aristóteles, Cicerón, Juvenal se ocupaban, en el mundo clásico y pre cristiano, del tema.

Hipócrates, padre de la Medicina, condenaba con claridad al aborto, luego volveremos sobre su pensamiento, que se vuelca en el juramento que los médicos prestan al comienzo de su carrera…

Es curiosa la afirmación que hace dos mil años atrás, el poeta Ovidio (43 a.C. – 17 d.C.), criticando la inconsistencia de las razones invocadas por las mujeres que abortaban:

“Las mujeres que, por querer parecer bellas, corrompen su útero, son más frecuentes que aquellas que quieren ser madres…” (Nux, 23, 24, Amores, 2, 4, 17)

Se ve que ya hace más de dos mil años, el aumento de peso de la mujer, producto – naturalmente - del embarazo, era una causa que llevaba a las romanas a abortar sus hijos...

Ya en la era cristiana, Clemente de Alejandría escribía: “Aquellos que, para justificar la formación del embrión, usan fármacos abortivos que producen su ruina completa, hacen morir, junto con el embrión, también el sentido de humanidad…” (cf. “Pedagogo”, 2,10)

Y San Juan Crisóstomo considera al aborto “…como un homicidio, o incluso algo todavía más horrible…” (In Mattaheum, Homilía 28, 29, e In Epistolam ad Romanos, Hi¡omiliae 24,2)

San Agustín, con ese pensamiento siempre empapado de caridad, tiene palabras de condena al aborto, pero que son a la vez, consoladoras, al señalar que la mujer que ha quedado ilícitamente embarazada ”…respeta la obra de Dios, su torpe pasión se sublima en amor materno, el hijo viene a ser para ella una gracia, pues el nacimiento del nuevo ser le propicia la indulgencia divina.” (Opus imperfectum, 3, 44)

Atenágoras, Tertuliano, San Ambrosio condenan asimismo al aborto, y Santo Tomás de Aquino considera que “cualquier acción deliberadamente volcada a impedir el proceso generativo, es ilícita (Summa contra gentes, 3, 122; Summa Theologiae, II, II, 154, a.3.c.)

Así, a lo largo de la historia, han sido muchos los que se han ocupado de este tema, resultando un dato de interés el hecho de que, biológicamente, durante muchos siglos, no se tuviera suficiente claridad acerca del proceso de la gestación de los seres humanos…

Pero esta incertidumbre hoy por hoy no existe.

Y todo el desarrollo de la persona por nacer desde el momento mismo de la concepción se explica perfectamente desde la ciencia y la biología, (y se filma, y se ve con toda nitidez en cualquier computadora o teléfono…), de modo que no hay ninguna oscuridad ni ambigüedad posibles, acerca de cómo es este proceso.

5. El orden moral y el orden jurídico

Decíamos en el punto 3, que la cuestión del aborto es -ante todo- una cuestión moral, ética, que debe plantearse y discutirse en ese plano.

Es importante esto, y es importante también detenernos luego a considerar la relación que debe existir entre la Moral y el Derecho.

O, dicho con más propiedad, si es que debe existir – o no – una relación entre la Moral y el Derecho, lo que vienen a constituir, en rigor, uno de los puntos centrales de toda la Filosofía del Derecho.

Partiendo de la base indubitable, incuestionable desde el punto de vista biológico o científico, en el sentido de que a partir del momento mismo de la concepción hay vida humana, parece claro que el deber ser moral, natural, consiste en proteger dicha vida.

Y la protección más elemental que la moral establece consiste en sancionar toda conducta que contraríe, o ponga en peligro, o elimine directamente, ese bien protegido que es la vida misma de las personas que están vivas (valga la redundancia…), como consecuencia de la unión sexual de los padres gestantes.

Es que la consideración que acaso se deba hacer con anterioridad, desde lo moral o lo ético, responde a la siguiente pregunta:

- La vida humana, ¿es un bien?

- ¿Es algo valioso, bueno, deseable, el hecho de vivir, el hecho de que una criatura haya sido engendrada y haya de nacer?

A nuestro modo de ver es una verdad evidente (y, por lo tanto, casi indemostrable) que la vida es un bien.

Y que la muerte, que es lo contrario de la vida, en este orden de la naturaleza, es un mal.

No hace falta argumentar mucho para coincidir en esto: el hombre, de ordinario, se aferra instintivamente a la vida, cuida su propia vida y la vida de los demás (especialmente de los seres queridos), y lamenta y sufre la muerte de los otros, de manera que es bastante claro que, desde el punto de vista de la naturaleza, la vida es un bien.

Hace unos días, a una buena amiga mía, ex alumna de la U.B.A., se le murió su perro y lo comentó en su página de Facebook; recibió una andanada de lamentaciones solidarias por la pérdida de su mascota, y es comprensible que ello sea así, pues mi amiga obviamente prefería a su perro vivo y no muerto.
Si esto es así en el caso de los animales, o de los árboles o de las plantas, con cuánta mayor razón lo será en el caso de las personas humanas, que tienen un valor entitativamente superior al resto de los seres vivos.

Un ser humano, una persona humana representa (cualesquiera sean sus condiciones) algo enormemente valioso, lleno de posibilidades, abierto a horizontes insospechados, llamado a su plenitud como hombre o mujer.

Está vivo desde que ha sido concebido, ha comenzado el proceso de su desarrollo que habrá de llevarlo, por el solo transcurso del tiempo, a convertirse en un embrión, un feto, un bebe recién nacido, un niño pequeño (necesitado absolutamente de los demás para poder sobrevivir), un niño más crecido, un adolescente, un joven, un adulto, un hombre maduro, un viejo…

Todo ese arco que se va desplegando con el avance del tiempo, constituye lo que llamamos, de punta a punta, la vida humana.

Y esta vida es un bien para todos los que transitamos cualquiera de estas etapas de nuestro existir, por difíciles o duras que fueran las circunstancias en las que nos toque vivir.

La vida es un bien para los niños y los adultos y los viejos, para las personas sanas y para las personas enfermas, para las personas que acceden a la educación y para las que no tienen esa posibilidad, para los alfabetizados y los analfabetos, para los ricos y para los pobres, para los que están presos y para los que están en libertad…

Porque TODOS, ABSOLUTAMENTE TODOS, desde nuestra propia realidad, sea la que fuere, tenemos una DIGNIDAD que nos es propia por el hecho de ser hombres, y que nos debe ser siempre reconocida, de modo que tenemos un derecho (natural, es decir propio de nuestra naturaleza…) a vivir y a ser capaces de amar y de alcanzar la plenitud a la que estamos llamados.

Haciendo una breve referencia a algunos textos legales, deberíamos decir que nuestra Constitución Nacional y diversos Tratados Internacionales suscriptos por nuestro país, y que son ley vigente con categoría de normas constitucionales, afirman categóricamente que la vida de las personas debe ser defendida desde el momento de la concepción.

A la vez, el art. 19 del Código Civil y Comercial recientemente sancionado (rige desde el 1º de agosto de 2015) establece con toda claridad que “la existencia de la persona humana comienza con la concepción”.

Y en consonancia con dicha norma, los arts. 51 y 52 del Código Civil y Comercial sancionan por un lado la inviolabilidad de la persona humana, y reconocen su dignidad natural.

El art. 51 citado, dice que “La persona humana es inviolable, y en cualquier circunstancia tiene derecho al reconocimiento y respeto de su dignidad”, mientras que el siguiente ratifica el concepto y lo vuelve más operativo, ya que dice: “La persona humana lesionada en su intimidad personal o familiar, honra o reputación, o que de cualquier modo resulte menoscabada en su dignidad personal, puede reclamar la prevención y reparación de los daños sufridos…”

¿Cómo podrían compaginarse estos preceptos, con una ley que permite que, por diversas razones, la persona humana pueda ser eliminada, matada, suprimida?

Ya no se trataría de un menoscabo a su imagen, su dignidad, su honra o su identidad, sino a algo mucho más radical, que está en la base de esos derechos y de todos los derechos, como es su vida misma.

La vida es un bien para aquellos que están vivos, y nadie – NADIE, insisto –, puede arrogarse el derecho de matar a un ser humano, de decidir si va a reconocerle, al otro, el derecho a vivir.

No puede imaginarse una discriminación más odiosa, más injusta, más arbitraria ni más grave que la de alguien que dispone que otra persona haya de morir.

Una discriminación terrible, inaceptable, injusta, en la que “alguien” (la madre) dispone, generalmente con la ayuda de un médico, y por las razones que fuera, - porque no quiere hacerse cargo del niño por nacer, porque el niño no ha sido deseado, por dificultades económicas o psicológicas o sociales o estéticas, o porque esta persona haya de nacer con alguna enfermedad-, que ese ser humano haya de morir.

Decide matarlo, eliminarlo, digámoslo con toda claridad, para no perdernos en ambigüedades…

Y en eso consiste el aborto, ni más ni menos. En ponerse delante de un ser humano, de una persona humana, de una persona por nacer, de un niño por nacer, de un “alguien” que no es una cosa, sino una vida humana, y decir:

- “Éste, no…”, - “Éste tiene que morir…”.

 

El aborto es una decisión que algunas personas adoptan para privar de vida, para matar, a otras personas, que ya han sido traídas a la vida (¿o acaso alguien podría negar que están vivas?) y que son, obviamente, absolutamente inocentes.

Este es el meollo de la cuestión, el centro de lo que se discute en este plano, que es el plano de lo que podríamos llamar la moral natural, de la moral que se desprende de la naturaleza misma de las cosas.

Es tan claro lo que afirmo, tan evidente, que no llega a entenderse cómo a algunas personas (debería decir, “muchas personas…”) no les parece que el acto de abortar resulte contrario a los principios morales más elementales y contrario al derecho a vivir que tienen todos los seres humanos.

6. El derecho, subordinado al orden moral

El enunciado de este capítulo toca uno de los temas más relevantes a la hora de establecer qué es el Derecho.

Lo esencial de la Filosofía del Derecho se reduce, en el fondo, a determinar si existe – o no – un derecho natural, vale decir un orden de valores y principios que fluyen de la naturaleza humana, que son conformes con esa naturaleza, o si el hombre, a través de distintos mecanismos, tiene una libertad irrestricta para legislar lo que le parezca, en un determinado tiempo y en un determinado lugar.

La pregunta previa a contestar sería:

- ¿Existe una naturaleza humana?

Si existe una naturaleza humana, si el hombre es “algo”, si tiene una estructura, un orden, una finalidad, un sentido, habrá forzosamente conductas que resulten ser acordes o conformes con esa naturaleza, y otras que resulten contrarias a ella.

Y entonces podremos decir que determinadas conductas son intrínsecamente malas – pues repugnan a la naturaleza – mientras que otras resultan ser buenas en sí mismas (por ejemplo, que una madre alimente a su hijo).

Y podremos decir también que las leyes que siguen los dictados de la naturaleza, son justas, en sí mismas, y que resultan injustas las que se apartan de ella.

Y que la injusticia de determinadas conductas no resulta de su disconformidad con tales o cuales leyes positivas, sino de su disconformidad con las leyes naturales.

Y podremos finalmente decir que determinadas cosas – matar, por ejemplo, o violar, o robar, o abusar sexualmente de un menor de edad - no son malas “…porque las leyes positivas lo digan…”, sino que en realidad las leyes lo dicen “…porque son malas en sí mismas…”, pues contrarían principios de orden natural.

Parece un juego de palabras, pero no lo es.

Y ello nos lleva a concluir que, en determinados campos del derecho estrechamente ligados a la naturaleza, las mismas cosas no son justas o injustas según circunstancias de tiempo o de lugar (son injustas en el 2014, pero pueden pasar a ser justas en el 2018; son injustas en la Argentina, pero pueden ser justas en el Uruguay…) sino que son, en sí mismas, justas o injustas.

Es que, en el fondo, hay dos maneras de ver el Derecho y la Justicia que han dividido a los juristas y filósofos desde la Antigüedad.

O existe un Derecho Natural que se deriva de la misma naturaleza humana (1), o tal derecho y tal naturaleza no existen (2), sino que son meras “construcciones” culturales o sociales, que no tienen por qué ser obedecidas en sí mismas.

Según esta última postura, nada resultaría bueno o malo en sí mismo, la violación de una mujer o el robo, o la eliminación de ciertas personas por el hecho de pertenecer a una raza, pueden ser algo malo o bueno, algo prohibido, aconsejable o deseable, según circunstancias de tiempo y de lugar.

O hay un “deber ser natural”, una “moral natural”, un “derecho natural” que debe ser siempre respetado y que está por encima de las normas positivas, o no lo hay, y entonces el hombre legisla con una libertad de 360 grados, pudiendo establecer sin cortapisas sin límites de ninguna clase, lo que es justo o injusto.
Si adoptamos esta última postura, estaremos justificando los crímenes más horribles, la persecución “legal”, el confinamiento “legal” en campos de concentración, y finalmente el exterminio “legal” (pues había leyes que así lo disponían, de millones de seres humanos, por el solo hecho de pertenecer a una raza) resultaron ajustado a derecho, es decir, justos (tal lo ocurrido con los judíos durante los años de nazismo en Alemania…)

Pero nuestra conciencia nos dice que esa página negra de la historia de la humanidad, está a mil kilómetros de la justicia, del respeto a la naturaleza y la dignidad humanas.

Pues hay cosas que son atroces, injustas, criminales en sí mismas, con independencia de lo que las leyes humanas (volubles, variables, susceptibles de error…) establezcan.

Frente al Holocausto, si no existe un Derecho Natural, una dignidad connatural al hombre, no tendremos “desde donde” decir que esa matanza cruel y espantosa resultó injusta, criminal.

Estas dos concepciones vuelven a darse cita a propósito del tema la legitimidad o ilegitimidad del aborto.

7. Nuestra postura frente al aborto

Nosotros participamos con toda convicción de la postura que reconoce la existencia de un Derecho Natural y de una Moral Natural, conforme a las cuales la vida humana debe ser siempre protegida y cuidada, pues es un bien naturalmente valioso y digno de ser respetado.

Cuando decimos “siempre”, queremos decir “siempre”.

Nos parece que siempre la vida humana es valiosa y debe ser defendida y cuidada.

Vienen a nuestra memoria las palabras de Cicerón, que es algo así como el “padre” del Derecho, quién a propósito de este tema, escribía:

“…Hay una ley verdadera, la recta razón, inscripta en todos los corazones, inmutable, eterna, que llama a los hombres al bien, por medio de sus mandamientos, y los aleja del mal por sus amenazas… No se puede alterar por otras leyes, ni derogar alguno de sus preceptos, ni abrogarla por entero. Ni el Senado ni el pueblo pueden liberarnos de su imperio, no necesita intérprete que la explique, es la misma en Roma que en Atenas, la misma hoy que mañana, y siempre una misma ley inmutable y eterna que rige a la vez a todos los pueblos y en todos los tiempos…” (Tratado de la Republica, libro III, XXII)

Palabras llenas de sabiduría y de verdad, que se aplican a este debate del aborto, como anillo al dedo, y a muchos otros temas propios del derecho contemporáneo.

De la existencia de esta Moral Natural, de este conjunto de principios conformes con la naturaleza humana, se derivan principios de Derecho Natural o de orden jurídico, que deben estar en armonía con aquel, pues por encima de las normas jurídicas positivas que cada Estado pueda dictar, debe predominar siempre la idea del acatamiento a las leyes naturales.

De modo que la necesidad de que la ley positiva – constitucional, penal, civil… - prohíba y condene el aborto como una conducta injusta, mala, violatoria de un derecho natural elemental - el derecho a la vida - se impone por peso propio y por derivación de lo que venimos explicando.

Dado que el debate que se ha planteado sobre el aborto implica, en rigor, que se lo considere como un acto prohibido o permitido por la ley, parecería que el derecho tiene algo que decir al respecto.

Un estado que se precie de tener leyes justas no puede, bajo ningún concepto, legislar o avalar una conducta tan estridentemente injusta como la de matar a seres humanos inocentes.

Nos parece que si este derecho tan elemental (a la vida) no es reconocido y salvaguardado, todo el edificio jurídico se derrumba, ningún derecho se tiene en pie, y el Derecho, como construcción que dignifica la condición de los seres humanos, se vuelve un sistema de disposiciones sin Norte, vacío o neutro de valores, al servicio de los intereses de turno.

Detrás del debate sobre el aborto, se tambalea, como decíamos, todo el edificio jurídico.

Es el fin del derecho, la implantación del Derecho como el producto de la veleidad, de la arbitrariedad o del capricho de los legisladores que por razones muy variadas (militancia ideológica, conveniencia política, resentimiento religioso o lo que fuera) deciden sobre la vida y la muerte de los demás…

Y lo que decimos en general del Derecho, se aplica por igual al Derecho Constitucional (hay normas de rango constitucional y Tratados Internacionales que defienden la vida humana desde el momento de la concepción), al Derecho Civil (el nuevo Código Civil y Comercial dice de manera explícita (art. 19) que la existencia de la persona humana comienza con la concepción, y al Derecho Penal que incrimina en general al aborto (vale decir, lo considera un crimen) y solo exime de pena a quienes lo practicaran en circunstancias muy extremas (por ejemplo, por haber sido violada la mujer…)

Nos llevaría mucho espacio el análisis del plexo de normas jurídicas actualmente vigentes, que sin duda entrarían en una insalvable contradicción con la “Ley de Interrupción del Embarazo” que se está discutiendo en el Congreso.

Ello será objeto de algún otro artículo más técnico y jurídico, que queda para otra oportunidad.

8. Exclusión del plano religioso

La cuestión del aborto, como decíamos al principio, ha sido abordada desde muy distintos ángulos, y esa confusión de planos es, acaso, la principal razón por la que el diálogo de haya convertido en un diálogo de sordos.

Dentro de esos planos, ha tenido considerable importancia el plano de lo religioso, como si las razones esgrimidas por quienes defienden tenazmente el derecho a la vida, nacieran de una postura religiosa o se apoyaran en argumentos “de autoridad”, provenientes de la Iglesia.

Si bien es cierto que la Iglesia Católica, y muchas otras Iglesias, tienen una postura clara y firme en defensa de la vida humana, y condenan de manera absoluta la propuesta de la legitimación del aborto (presentado por algunos como una conquista de la civilización y como un triunfo de la libertad de las mujeres), lo cierto es que quienes formamos parte de la Iglesia y defendemos el valor absoluto de la vida humana, no lo defendemos por razones que tengan que ver con nuestra Fe religiosa, sino por razones “laicas” – digamos - , ajenas a nuestra religión y a toda religión.

Lo hacemos por razones que tienen que ver con la ética, con la moral, con la justicia, con el bien común o el bien de la sociedad en su conjunto.

Es verdad que la mirada religiosa refuerza (por si hiciera falta, que no la hace…) los argumentos en favor de la vida, y cierra cualquier posibilidad de admitir el aborto como una conducta moral o lícita.

Para los cristianos, la vida es siempre un don, es un bien, es algo sagrado, que tienen que ver con Dios; y es siempre motivo de esperanza, de alegría y de gratitud.

Para los cristianos y los integrantes de otras religiones el aborto es una conducta que viola elementales principios naturales, que se remontan a los tiempos de Moisés, que recibe el mandato de Yahvé Dios en el Monte Tabor, y baja con las Tablas de los Mandamientos: “No matarás…”

Para los cristianos, el aborto y el homicidio, como el robo, el estupro o la violación, constituyen crímenes abominables (en el plano de la sociedad civil), y son vistos además, desde otro ángulo, como gravísimas transgresiones de la Ley de Dios, es decir, pecados.

Pero nada de esto tiene que ver con lo que los cristianos sostenemos en el debate de la legitimación del aborto, ya que de ninguna manera pretendemos, ni podríamos pretender, que personas que no pertenecen a la religión cristiana, o a otras religiones, debieran cumplir con normas que son propias de una religión en la que no creen, ni de una Iglesia a la que no pertenecen.

Si las razones que tenemos quienes somos cristianos, para oponernos al aborto, fueran de índole religiosa, tendrían razón los partidarios del aborto, al decir que ellos no tienen por qué acatar normas y valores religiosos, en los que no creen.

Ciertamente, no tienen porqué acatar valores religiosos en los que no creen, ni disposiciones de tipo eclesiástico o emanadas de la autoridad del Papa, ya que ellos no creen en la religión, ni deben obediencia al Papa.

Pero nadie pretende tal cosa, que estaría en contra del principio de la libertad religiosa que la propia Iglesia defiende con ahínco (El Concilio Ecuménico Vaticano II tiene un documento sobre el tema).

En un estado democrático, sería impensable que una parte de la población pretendiera imponer sus criterios religiosos a la otra.

Pero no es así.

No es que los cristianos estemos en contra del aborto, o en contra del homicidio o del robo, porque tales conductas contradicen la ley de Dios o constituyen pecados, sino que nuestra postura obedece estrictamente a cuestiones morales y de bien común, a cuestiones que se desprenden de la Moral Natural, cuyas directivas el derecho debe seguir, para contribuir a la conformación de una sociedad justa, en la que se cuide a los más débiles, a los vulnerables, a esas personas indefensas que, habiendo sido ya traídos a la vida, se pretende eliminar o matar.-

9. Conclusión

Dejamos de lado (por razones de espacio) una enorme cantidad de cuestiones de diverso tipo, que vienen formando parte del confusísimo “debate” que se está dando en torno al tema del aborto.

Cuestiones estadísticas, sociológicas, sanitarias, una manipulación llamativa de los números de abortos y de mujeres muertas en abortos clandestinos, planteos hechos desde la “perspectiva de género”, que suponen un ataque casi sistemático a los varones, en defensa de la (mal entendida) libertad de las mujeres de ejercer su sexualidad o de “disponer de su propio cuerpo” (cuando parece bastante claro que cuando se mata a un embrión, se está actuando sobre el cuerpo del embrión, que es, obviamente, alguien distinto de la madre, que tiene un cuerpo distinto del de su madre y un A.D.N. distinto del de sus padres…), argumentos médicos para intentar “justificar” la muerte del embrión hasta la semana 14, o hasta la semana 12, experiencias de otros países, opiniones de científicos contrapuestas con periodistas televisivos o cantantes, ataques a la Iglesia, y propuestas de que no se permita a los médicos invocar la “objeción de conciencia”, sino que se los obligue a practicar abortos, aun cuando esto vaya en contra de sus convicciones éticas.

He llegado a escuchar a una mujer decir, en el marco de un debate, que su interlocutor debía callarse y no opinar, ya que era “hombre” (varón), pues en su entender sólo las mujeres podían opinar al respecto…

Y a una alumna de la Facultad acusarme -con “simpatía” - de haber “usado” a mi mujer – tenemos seis hijos…- como si fuera una “incubadora” (textual…)

Excedería en mucho la extensión de este artículo, el poder abordar todos estos temas y rebatir los argumentos formulados en cada plano, incluyendo el lingüístico, porque el idioma mismo resulta, con frecuencia, distorsionado en el afán de algunos de no llamar a las cosas por su nombre.

Así, deberíamos clarificar que cuando se habla del supuesto “…derecho de la mujer a interrumpir el embarazo…”, lo que se pretende, en rigor, es reclamar “…el derecho de la madre a matar a su hijo…”: porque el embarazo “interrumpido” ya nunca habrá de reanudarse, sino que el niño por nacer no resultará “suspendido” por un tiempo, sino indefectible y definitivamente muerto…

En este Babel de opiniones, nos parece que es importante, y ayuda a clarificar el tema, el que podamos distinguir los planos y sostener y mostrar que la cuestión del aborto es una cuestión que, apoyada en realidades biológicas indiscutibles, pertenece estrictamente al campo de la Moral Natural o de la Ética, y, en segundo plano y como consecuencia de lo anterior, al plano del derecho, que debe respetar la naturaleza humana.

Si esto es así – y es ciertamente así… - los otros planos sociológicos, estadísticos, políticos, jurídicos, sociológicos, sanitarios y hasta financieros, carecen de toda importancia, pues no llegan a tener ningún peso frente a la ilicitud moral de la conducta de una madre que, con ayuda de un médico, decide matar a su hijo.

Definitivamente nos parece que el mejor enfoque acerca del tema del aborto, es el que propicia por salvar la vida de la madre y también la del embrión o del niño por nacer, cualquiera sea el punto de su desarrollo.

Todo el esfuerzo del Estado, de la comunidad médica y psicológica, de la sociedad civil, debería estar puesta detrás de esta consigna: la de salvar tanto la vida de las madres con embarazos no deseados, como la vida de los niños por nacer.

Nos parece totalmente indiferente que tenga 14, 18, 10 o 2 semanas de vida, pues en todos los casos, indudablemente, se trata de una vida humana llamada a desarrollarse y a nacer.

Nos sobrecoge la manera en la que está redactado el Proyecto de Ley suscripto por 71 diputados, en los que se propone la eliminación (la muerte, lisa y llana) de personas que tuvieran enfermedades o malformaciones, por ejemplo, una criatura que va a nacer con Síndrome de Down.

La muerte (permitida por la ley, según el proyecto) de estos niños se nos presenta como una realidad verdaderamente monstruosa.

Matar a los niños enfermos antes de que nazcan… ¿puede pensarse en un ataque más alevoso a la dignidad de las personas más débiles, en un ataque más frontal a los derechos humanos más elementales?

En tiempos en los que se insiste tanto en que el Derecho debe proteger y resguardar a los vulnerables, a los débiles, a los niños…, y debe evitar cualquier forma de discriminación entre las personas, esta condena legal a la muerte de personas enfermas, nos causa el más profundo de los rechazos.

Termino estas líneas haciendo votos para que la infortunada iniciativa de un grupo de diputados, sea firmemente rechazada por nuestros legisladores, de manera que se salvaguarde el derecho a la vida de todas las personas; y que, a la vez, se encuentren caminos de prevención y de ayuda o asistencia eficaz para las madres que tienen embarazos no queridos.

Para que nadie haya de morir, y tanto ellas, como sus hijos por nacer, puedan vivir en esta tierra de hermanos que es nuestra querida Argentina.

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