Editorial

Por Juan Marcos Pueyrredón

Como destaca en estas mismas páginas nuestro querido consocio y amigo, el Académico Ing. Manuel Solanet, uno de los objetivos principales que fijó el Gobierno de Macri en su programa de gobierno fue reducir la pobreza. Así asumió la Presidencia con un un porcentaje de más de un 30% de la población por debajo de la línea de pobreza.

Esa grave situación social se producía después de 12 años de intenso asistencialismo, diluido en el manejo político, en la demagogia y en la corrupción. Sin lograr los efectos deseados aquella política había llevado a un desborde del gasto estatal y a un importante déficit fiscal.

El nuevo gobierno debió enfrentar su compromiso de reducir la pobreza, pero al mismo tiempo reducir el gasto público con el menor impacto social. Esto se tradujo en políticas excesivamente gradualistas que condicionadas a no generar impacto social y político sacrificaron su efectividad para corregir más rápidamente los desequilibrios macroeconómicos.

Un cambio en el escenario internacional generó una crisis de confianza y una corrida cambiaria, que requirió el apoyo del Fondo Monetario Internacional. Hay tres hechos que merecen destacarse: 1) ha sido el mayor monto asignado a un país en un crédito stand by en la historia del FMI, 2) se preservó el piso del gasto social, con metas más ambiciosas de reducción de otros rubros; 3) se acordó que el Banco Central no emitiera para financiar al Gobierno, atacando de esta forma la inflación que es el impuesto más regresivo.

El dólar, luego de otra corrida cambiaria en agosto/septiembre de este año en la que llego a tocar los cuarenta pesos, bajó paulatinamente hasta llegar aproximadamente a $ 37 (cerca del piso mínimo) como efecto de una altísima tasa de interés (entre 60 y 70 puntos anuales) que golpeó toda la economía, con la consiguiente baja de toda la actividad.

Si bien, siendo objetivos, no se pueden dejar de reconocer las mejoras institucionales logradas por el Gobierno, en particular haber restablecido las relaciones económicas y financieras con el mundo, la verdad es que si no hubiera ganando Macri las elecciones, hoy seríamos Venezuela, también es cierto que no se han dado señales muy contundentes de hacer reformas estructurales más profundas.

Debería ahora el Gobierno aprovechar la oportunidad de que hay una cierta tranquilidad en el mercado cambiario para encarar en forma concreta esas reformas, en particular la reducción del gasto publico.

El problema fundamental de la situación económica está allí. Al no haber hecho el Gobierno reformas de fondo, el ajuste lo hizo el mismo mercado mediante una devaluación y ello provoco un salto de inflación como el que tenemos, y eso no es bueno, pues afecta principalmente a los más pobres, a los que no están condiciones de defenderse. El Gobierno tiene que dar señales más contundentes para que vuelva la confianza, el ahorro y la inversión.

En la realidad, más de la mitad del ajuste extraordinario que está haciendo es con impuestos, al haber puesto el gravamen a las exportaciones (que en sí mismo es un contrasentido, cuando lo que hace falta es exportar), haber aumentado la alícuota de bienes personales (luego de haber prometido no hacerlo) y haber permitido a las Provincias no reducir el impuesto a los ingresos brutos. La presión impositiva no da para más y es de las más altas del mundo.

Adviértase además que el acuerdo con Fondo establece un déficit primario cero para el año 2109, pero no se puede olvidar que faltan los intereses de la deuda, que también hay que pagar y que equivalen a tres puntos y medio del producto o un poco más, que es el incremento neto de la deuda.

El Gobierno debería por lo tanto proponerse una meta más optimista o exigente consistente en que el déficit financiero sea cero, y no hay medidas que apunten en ese sentido, porque si ello no es posible, en un contexto recesivo, muy difícilmente el país pueda generar ingresos suficientes para pagar los intereses, por lo que deberá refinanciarlos con el consiguiente aumento de la deuda, muy peligroso si se mantiene con el tiempo.

Las medidas de fondo se pueden tomar. El Gobierno teme que esto sería negativo desde el punto de vista político social, pensamos que no es así, que hay formas de encarar la reforma del Estado y la reducción del gasto público con amortiguadores sociales suficientes, protegiendo a los más débiles y necesitados.

De no tener Macri el coraje de hacerlo, podemos volver a las andadas y ya hemos visto demasiadas veces que el peor de los ajustes es una devaluación, la inflación castiga especialmente a los que menos tienen y no se pueden defender.

A su vez los intentos de reducir la pobreza mediante mecanismos fuertemente redistributivos o por la colectivización de los medios de producción, sólo han logrado nivelar para abajo y crear más pobreza. El populismo ha sido el instrumento más eficaz para crear pobreza, haciéndolo paradójicamente en nombre de quienes la padecen.

La pretensión de resolver el problema a partir de la redistribución del ingreso por medio del asistencialismo o empleando el sistema impositivo, lleva necesariamente a generar un círculo vicioso y al fracaso. La distribución del ingreso en plazos cortos puede mejorarse sólo con intervenciones que quiten a unos para darle a otros. Esto puede hacerse mediante impuestos diferenciados o con subsidios. Usualmente la presión impositiva afecta ya sea los costos de producir, ya sea la estructura de precios relativos y de esa forma los incentivos para invertir.

Vale la pena recordar aquí reflexiones lúcidas e iluminadoras de ese gran pensador católico y economista argentino que fue el Dr. Carlos Moyano Llerena en su libro “La pobreza de los argentinos”, enteramente aplicables a nuestra Argentina de hoy y que intentaré resumir.

La Argentina cuenta con valiosos recursos productivos que le permitirían lograr un alto nivel económico, a la inversa de lo que sucede con un centenar de países pobres y atrasa dos, que no ofrecen posibilidades de mejora sustancial.

La causa de la pobreza argentina radica en una mala utilización de sus favorables recursos, que están dedicados a actividades de baja productividad. Ello se debe a que tanto empresarios como trabajadores buscan el éxito económico, no en el esfuerzo competitivo, sino en protecciones estatales o priva das de diversa índole, esperando ganar así ganancias superiores a las que el mercado les brindaría. La ideología populista prevaleciente ha constituido un poderoso apoyo a esa conducta.

Hay diversos motivos por los cuales un país muy pobre puede inclinarse por el modelo socialista, que propicia la máxima intervención del Estado en todos los órdenes. Pero lo que ca rece de todo sentido es esperar por este camino un aumento de la producción de la riqueza, como lo demuestra toda la ex periencia contemporánea. Sería una increíble insensatez pen sar que la patria "socialista" es un cambio adecuado para que la Argentina salga de la pobreza.

La otra solución que se propone proviene del pensamiento liberal. Su receta consiste en achicar al máximo el Estado, dejando en la más completa libertad las fuerzas del mercado, guiadas por el interés privado. Sin embargo, la economía argentina constituye un excelente ejemplo de como la suma de la búsqueda egoísta de los intereses privados -propia de los últimos 50 años-, ha redundado en un perjuicio y no en un beneficio colectivo. Se dirá que eso se debe a las intervenciones estatales, pero ellas no fueron más que uno de los medios de que se valió la iniciativa privada para protegerse de la competencia. No se los escucha decir a los políticos liberales si sus programas incluyen la inmediata supresión de la protección aduanera a la industria, tampoco se conocen cuales son los medios que evitarán la colusiones oligopólicas privadas o la acción combinada de empresarios y sindicalistas para asegurarse beneficios particulares en contra del interés público.

El episodio de los cuadernos, (esta acotación es mía) es sumamente instructivo a este respecto, no solo por los retorno a los funcionarios estatales y a los empresarios, obligados o no, sino, porque tales conductas implicaron la cartelización de la mayor parte de la obra pública, destruyendo todo atisbo de sana competencia. Seria interesante que aparecieran otros cuadernos que relataran esto mismo pero en otros rubros de la actividad económica (aduana, derechos de importación y exportación, etc, etc, etc).

La actuación de los sindicatos docentes, en especial en la Provincia de Buenos Aires, (esta acotación es también mía) es también sumamente interesante, en particular el empeño del gremio en ocultar el ausentismo docente, que es uno de los más altos del mundo, la negativa terminante en aceptar que los aumentos estén vinculados con el presentismo o a modificar el régimen ridículamente amplio de licencias. Ni hablar del régimen de suplencias, único país en el mundo, donde hay dos personas que cobran por cada puesto de trabajo, su modificación permitiría percibir una retribución mucho mayor a los que realmente trabajan. Lo cierto es que somos de los países en los que menos clases tienen los chicos en el mundo.

La solución al problema no se encuentra tampoco principalmente en culpar al Estado sino en cambiar, antes que las normas legales, los criterios, las actitudes, los consensos y los hábitos que dieron origen a los privilegios y protecciones. Una vez modificado esto, sí será posible cambiar las normas y estructuras opuestas al crecimiento que prevalecen en la Argentina. Se trata de un giro más cultural que económico.

Una solución auténtica solo puede venir como consecuencia de un cambio de las actitudes de la población, sobre todo la necesidad de vincular los bienes alcanzados con el esfuerzo realizado y no seguir insistiendo en que "nos merecemos" un mejor nivel de vida, sin explicar en que consisten nuestros méritos. Hay que volver a aceptar la competencia y el riesgo, renunciando a protecciones que paralizan y empobrecen. Todo lo cual requerirá un difícil proceso de reeducación que tropezará con la mas tenaz oposición de los intereses creados y de las ideologías populistas". Carlos Moyano Lllerena.

El proceso -digo yo, será lento, porque no se recuperan en poco tiempo los hábitos y las actitudes, perdidos en el último medio siglo. Por eso debemos estar dispuestos a una tarea que no ha de requerir menos de 20 o 30 años, o sea una generación.

Y el ritmo de los avances no dependerá tanto de la economía como de la política y de la capacidad que tengamos los ciudadanos de acordar entre todos por encima de las ideologías ciertos intereses comunes bien concretos, cimentados en un mínimo de justicia, de amistad ciudadana y de solidaridad reciproca que nos permita salir del egoísmo reinante y poder aspirar los argentinos todos a un proyecto sugestivo de vida en común.

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